martes, 22 de septiembre de 2009

LA FELICIDAD DE UNA MARIPOSA

De Emilio

emigalla2000@yahoo.com.ar

clip_image001Se iba haciendo de noche, plácidamente... como si toda la naturaleza y la vida se retiraran a descansar, cumplida su misión luego de esa jornada de sol en pleno verano. Mi regreso me traía una mezcla de alegría por retornar a casa y de tristeza por dejar atrás ese lugar agreste, lleno de contrastes, donde un alma sensible puede encontrar esa pureza y esa paz que casi ya va despareciendo de nuestras vidas ciudadanas.

Habiendo pasado por Loncopué, disminuí la velocidad al acercarme al arroyo Huarenchenque; sus aguas son envasadas para el consumo natural y en la zona se respira una profunda calma inte-rrumpida cada tanto por el mugido de una vaca o el ladrido de algún perro de los puestos cercanos a la ruta.

Mirando hacia arriba, descubrí que el cielo se iba cubriendo de estrellas a medida que se retiraba el sol por entre los cerros, en una noche hermosa, en la que la brisa fresca me hacía innecesario encender el climatizador. Sin el brillo de la luna, el cielo siempre parece extraño y las estrellas se remarcan en el fondo oscuro del cielo... ¿o será que las pupilas se agrandan al estar ausente la luz de la luna?.

Lentamente, pasando bajo los árboles y al alcanzar el espacio abierto, me fue imposible resistir a la tentación de detenerme a un costado de la ruta. Bajándome, respiré profundo y me quedé obser-vando cómo se iban haciendo notar las estrellas en la noche serena. Me inundó el silencio, la paz del campo abierto se fue metiendo por todos los rinconcitos del alma, y me invadió una sensación como de estar respirando con el espíritu en lugar de hacerlo con los pulmones.

Pasó un largo rato y en el cielo casi no quedaba un lugarcito vacío porque todo se llenó de estre-llas... y se pudo ver una franja ancha como de blanca polvareda; la Vía Láctea, nuestro enorme hogar estelar. Era tan increíble la enorme cantidad de brillos y destellos que me hubiera quedado a vivir allí, bajo las estrellas, porque pocas veces he presenciado un espectáculo semejante.

Qué sensación tan placentera... ¿será alegría? ¿será felicidad? Qué lástima que no se puedan rete-ner estos momentos, salvo en la mente y en el corazón...

“No es alegría... tampoco es felicidad; es el verdadero sentir que brinda la libertad...” dijo una vo-cecita a mi lado, como proviniendo del motor de la camioneta.

“¿Quién es? ¿Quién me habla...? no puedo distinguir a nadie en las sombras cercanas...” dije, sa-liendo de mi estado de maravillada contemplación.

“Soy yo... acá, sobre el capot; estaba descansando sobre una de las ramas bajo la cual pasaste hace un rato y al sacudirse, quedé prendida al limpiaparabrisas...” dijo la vocecita.

“¿A ver...? Ahhhh... sos una mariposa! Discúlpame por interrumpir tu descanso, no fue intencional, créeme...” le contesté.

“No importa, puedo regresar a la protección del árbol cuando lo desee... yo soy libre” dijo la mari-posa.

“Sí, en eso estamos de acuerdo... no creo que haya una expresión de la vida que sea más libre que una mariposa” le dije yo, y pregunté “¿Pero cómo era eso de la alegría no, y de la felicidad tampo-co? ¿Me podrías aclarar qué quisiste decir?”.

“Alegría es un movimiento del ánimo, grato y vivaz.... no es alegría lo que provoca la contempla-ción de una noche como ésta. Tampoco es felicidad; más bien podría ser definido como admiración o a lo sumo, como placer, que es sensible y momentáneo, más efímero que la felicidad” dijo la mariposa.

“Creo que tenés razón, es un profundo y refinado sentimiento de admiración, pero también de pla-cer el que brinda esta paz, este silencio que suena extraño a los oídos de tan puro que resulta, esta inmensa variedad de luces en el cielo, que me emociona de esta manera...” le contesté.

“¿Ves? Placer... emoción... en cambio la felicidad es una satisfacción, es un bienestar, una dicha porque se está en posesión de algo, cualquier cosa que pueda ser valiosa para nosotros. Es distinta de la alegría, y es distinta de la sensación de libertad...” completó el concepto la pequeña maripo-sa.

“Bien, gracias por ilustrarme... siempre creí que las mariposas eran alegres, vivaces, libres... y por lo tanto, entendía que eran felices...” dije yo.

“Algo así, es cierto... pero la libertad es fundamental para obtener la felicidad. La alegría de vivir en libertad es el instrumento que nos permite elegir los medios para alcanzar la felicidad. No se puede ser feliz sin tener libertad; ustedes, las personas, buscan ser felices sin comprender que primero deben ser libres” dijo la mariposita.

“Ser libres para poder encontrar la manera de ser felices... ¿puede ser así?” pregunté.

“Exactamente; nosotras somos alegres en nuestra tarea, y eso nos brinda felicidad. Es lo que hacemos y cómo lo hacemos; yendo de flor en flor, volando libres en la brisa y llevando el polen de una flor a otra, sabiendo que además de alimento estamos procurando la continuidad de la vida” dijo ella.

“¿Sabés...? me resulta tan extraño estar conversando con una mariposa al anochecer... pero ... ahora se me ocurre una pregunta un tanto desviada del tema, aunque nadie mejor que vos para contestarme... ¿no es que las mariposas mueren al anochecer?” le pregunté con un poco de culpa y otro poco de curiosidad.

“Las mariposas nunca mueren, amigo... ¿no sabías eso?” contestó la mariposita.

“Bueno... discúlpame, no sabía... pero sin embargo, he visto mariposas muertas... ¿cómo es eso?” le pregunté un tanto inquieto.

“Las mariposas nos transformamos... debés conocer el tema del capullo, y el gusanito y todo eso... ¿no?” dijo ella.

“Sí, pero... si no mueren.... ¿en qué se transforman?” pregunté desconcertado.

“Amigo... en cada flor que visitamos dejamos parte de nuestra esencia y a su vez, nos llevamos parte de la esencia de la flor. Debes entenderlo como que las mariposas seríamos las flores del aire... y las flores, serían como mariposas de tierra. Nunca hemos de morir en la memoria esencial de una flor, y nunca las flores morirán en la memoria molecular de una mariposa...” me contestó.

“Mirá vos... no lo había visto desde esa óptica” repliqué.

“La óptica, mi amigo... la óptica es fundamental” dijo ella.

“Y... ¿es por esa inmortalidad que pueden sentirse tan felices?” yo trataba de entender el concepto de la felicidad... Tanto que nos cuesta a las personas encontrar y retener a esa ninfa huidiza, cuyo abandono nos deja anonadados, estupefactos, inertes, sin saber qué hacer cuando se aleja...

“No, mi amigo... no es que somos felices porque somos eternas... tiene que ver con una actitud frente a la vida, con un punto de vista distinto, con una predisposición natural... a ver cómo te explico... mirá, una vez me posé cerca de una joven que leía un libro bajo uno de estos árboles. Lógicamente, yo no se leer, pero alcancé a escuchar que ella repetía por lo bajo... una frase, como para grabarla en su memoria...” dijo la mariposa haciendo una pausa.

“¿Qué repetía?, por favor, dime...” dije yo, impaciente.

“Ella decía como para sus adentros, algo que acababa de leer en el libro y capturó su interés:

LA FELICIDAD NO DEPENDE DE LAS CIRCUNSTANCIAS QUE VIVIMOS, SINO DE CÓMO VIVIMOS ESAS CIRCUNSTANCIAS” dijo la mariposa, y agregó, “¿entiendes ahora porqué a nosotras no nos cuesta nada ser felices?”.

Se iba cerrando la noche y la mariposita levantó vuelo hacia la protección de una rama, mientras yo de pronto me sentí tan, tan chiquito frente a ese enorme cielo brillante.... y frente a la gran lucidez de la pequeña mariposa del arroyo Huarenchenque.

Emilio

Verano del 2006

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